¿Te acuerdas cuando eras pequeño y leías esos cuentos en los que el principe y la princesa vivían juntos y felices? Pues si un cuento de hadas estuviese basado en nosostros dos sería algo así:
Érase una vez, una chica que venía de un país muy lejano. No conocía a nadie en la ciudad, solo a su prima la cual hacía años y años que no veía. Se sentía sola, había perdido el hombro en el que lloraba y los ojos a los cuales miraba para decir "te amo". Lo había perdido todo. Lloraba y lloraba, en la escuridad de la noche, hasta dormirse y solo pensaba en poder, un día, vivir de nuevo cuento de hadas como lo hizo anteriormente.
Sin darse cuenta encontró a un principe, un principe que viajaba por todos los países y que se recorría todas las playas. Nadie sabía que buscaba ni porqué, pero él era feliz de ese modo.
La chica y el principe empezaron rápidamente a hablar, quizás no de sus problemas si no más bien de sus alegrías.
Una noche de luna llena, el principe y la chica estaban en un balcón hablando tranquilamente. Ni el principe ni la chica sabían porqué estaban tan cerca. Ella pensaba que no se merecía su amor, que no merecería ninguno de los posibles besos que pudiese repartir este encantador principe. Él pensaba que la chica era demasiado frágil y tenía miedo de romperla en pedacitos si sus labios tocasen los suyos. Pero al final, los dos dejaron la mente en blanco y pasó, se besaron.
Más tarde, él le regaló una rosa, y le dijo que le regalaría más rosas iguales hasta que se muera.
Pasó el tiempo, se fueron conociendo, amando, disfrutando el uno del otro, y como en todos los cuentos de hadas: Viven felices y comen... bueno, perdices no, pero si pequeños chocolates suizos!
Te amo.