Érase una vez, una chica que venía de un país muy lejano. No conocía a nadie en la ciudad, solo a su prima la cual hacía años y años que no veía. Se sentía sola, había perdido el hombro en el que lloraba y los ojos a los cuales miraba para decir "te amo". Lo había perdido todo. Lloraba y lloraba, en la escuridad de la noche, hasta dormirse y solo pensaba en poder, un día, vivir de nuevo cuento de hadas como lo hizo anteriormente.
Sin darse cuenta encontró a un principe, un principe que viajaba por todos los países y que se recorría todas las playas. Nadie sabía que buscaba ni porqué, pero él era feliz de ese modo.
La chica y el principe empezaron rápidamente a hablar, quizás no de sus problemas si no más bien de sus alegrías.

Más tarde, él le regaló una rosa, y le dijo que le regalaría más rosas iguales hasta que se muera.
Pasó el tiempo, se fueron conociendo, amando, disfrutando el uno del otro, y como en todos los cuentos de hadas: Viven felices y comen... bueno, perdices no, pero si pequeños chocolates suizos!
Te amo.